Periodista y poeta abulence, nació en Ávila el 14 de octubre de 1922 y murió en 1994 en Granada.
Trabajo en el Diario de Ávila y en Diario Gol (actual Marca). Fundó en 1952 Radio Ávila, siendo su director.
Recibe el premio Nacional de Radiodifusión en 1950 y de San Fernando de periodismo en 1951.
Fue miembro de honor en 1978 de la Institución Gran Duque de Alba, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como reconocimiento por su labor periodística de promoción del arte flamenco.
Llegó a Granada un día de Noviembre, de 1958 desde su tierra natal, Ávila. Antes, había pasado por Madrid y Almería, pero Granada le cautivó y lo atrapó para siempre entre su tela de araña; bebió de sus aguas ocultas, y respiró profundamente su aire impregnado de granado y avellano, hasta hacerlo un granadino más, cosa que él acepto sin oponer mucha resistencia, pero sin olvidar nunca sus raíces.
Este hombre de la sonrisa abierta, como lo definiría Bernardo Cuenca, fue Rafael Gómez Montero, un hombre bueno y sencillo, que desde su llegada a Granada, no paró de moverse, de crear y exaltar a la ciudad que lo acogió como a un hijo más.
Pero, el hecho de que yo hable de Rafael en este blog de flamenco jondo, es porque creo que el flamenco granadino no le ha pagado todo lo que él sí hizo por este arte desinteresadamente por esta ciudad, y sobre todo, por el Sacromonte y sus gitanos, era sencillo identificarlo y dar con él. Preguntar por él en las cuevas del Monte, que los dio a conocer a través de sus zambras por diversos sitios de la geografía española, e incluso, hasta la ciudad eterna, Roma. Organizó y presentó innumerables festivales, entre ellos: El Lucero del Alba en Salobreña, Noches Andaluzas en Guadix, Noches Flamencas del Albaicín, el festival del Paseo de los Tristes y el Concurso del Cincuentenario. Dio algunos ciclos y conferencias sobre el flamenco etc… Por eso, creo que ya sería hora de darle a Rafael un homenaje como Dios manda.
Arturo Fernández
¡Ay,la plaza del Almez,
callejón de las Tomasas,
cuesta de María la Miel
y callecilla del agua.
Por todos sus recovecos,
los churumbeles jugaban
con el niño al pilla-pilla,
y en una de sus andanzas,
Cristo aprendió a ver las cruces,
ante la Cruz de la Rauda.