16/12/20

LA LLEGADA DE LOS GRAMÓFONOS Y LO JONDO EN LAS TABERNAS DE GRANDA

       

   La gran revolución del cante “jondo” y la multiplicación de sus intérpretes,  llegó con la divulgación comercial de dos inventos en una misma línea: el fonógrafo y el gramófono, que llevaron la voz del cante y los distintos estilos a los hogares y a los locales públicos, donde se reunían y podía ser repetida una y otra vez la placa flamenca, hasta aprender aceptablemente la manera de decir el cante de los grandes maestros.

Pasado el asombro popular ante el <<Herophon>>, instrumento que hacía oír discos cuadrados, llegaron a Granada los primeros fonógrafos que fueron instalados en las tabernas flamencas, como la de <<Juanillo el de Jaén>> situada al final de la calle Duquesa, y que funcionaban a base de cilindros de cera dura. En estos rollos cilíndricos, llegaron algunos cantes de Chacón. Tal sensación causó el poder oír el cante grabado, que se organizaron sesiones a precio módico para poder oír dichas grabaciones.



El criterio de los buenos aficionados granadinos,  hizo que muchos de ellos empezaran a coleccionar discos ofrecidos por las marcas:  <<Compañía de Gramófonos>>, <<Odeón Transoceanic>>, <<Columbia Gramófono>>, <<Pathé>> y <<Parlopho>>. Lo “jondo” tenía un nuevo vehículo divulgador y  ganó en popularidad masiva, haciéndose famosos rápidamente los nombres de los cantaores profesionales que podían ser escuchados,  no solo en los salones, sino en el ambiente doméstico.

Lo cierto es que, en efecto, en Granada abundaban las tabernas. Ya en 1850 Miguel Lafuente Alcántara, en su acreditado estudio <<Libro del viajero en Granada>> comentaba que en esta ciudad:  <<el número de tabernas escapa a las más prolijas estadísticas>>. Y comenzando el siglo XX, seguía siendo importante su cantidad, con buena proporción para las que pudiéramos llamar flamencas, diseminadas en barrios de tan acentuado carácter,  como el del Matadero, el Campo del Principe, La Pescadería, el Campillo, San Ildefonso y el Albaicín.




Una muestra de ellas eran:  <<La Parrilla>>, <<Los Altramuces>>, <<la de la Trini>>, <<Casa Calancha>>. En Cartuja:  <<La de Pepe>>, <<El Niño de Jun>>, la de <<García Picharrica>>, <<Juanico de Jaén>>, <<Casa Ignacio>> que  tenía juego de bolos, <<El Polinario>> en la Alhambra<<.  En la calle Estribo, había otra, la del <<Rubio>>.  Y otras más, como:  <<Niña de Palmilla>>, <<Viuda de Peña>>, <<Casa Felix>>, <<El 32>>, <<Los Manueles>>, <<La Escribanía>>, <<Los Burgaleses>>, <<Los Valencianos>>…. Y un amplio etc., distribuidos por barrios y callejas, con sus clientes fijos en la reuniones y tertulias, en las que cantaban y tocaban siguiendo los estilos de Juan Breva, Chacón, el carrero Antonio Silva, los Pavones, el Cojo de Málaga, Manuel Torre y Cepero.




Luego ya con el devenir del tiempo, poco a poco fueron desapareciendo estos locales y se puso de moda el letrerito: “se prohíbe el cante”, quedando éste relegado a las tascas, merenderos, o mesones que había a las afueras de la capital, donde los cantaores locales se ganaban el sustento hasta su exterminio. Luego vendrían las peñas, pero esto ya es otra historia.









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