9/11/09

A Federico García Lorca

    El ÚLTIMO PASEO
                                     

Se oye lejano, el tañido
pausado y sereno del reloj
de la iglesia de Víznar.

Don, don, don,
acababan de dar las doce.

Aquella madrugada
alrededor de la Colonia
un aire perceptible.
Parece que estuviera dormido.

Quizás, el sonido del búho
sobre la cogolla del ciprés
irrumpía aquel silencio
presagiando aquel fatal desenlace.

Entre las paredes de aquella
habitación opaca y fría,
las horas apenas pasan;
se hacen eternas, pesadas,
angustiosas e inquietas.

La quietud desesperante 
que él siente en la soledad
de su desamparo,
le hace de nuevo sentir
los sones del reloj de la iglesia.

Don, don, don.

Un miedo inexplicable
se apodera de él.
Aquella noche todos los fastamas
le vienen al pensamiento.
Y un frío extraño y sudoroso 
le va quemando por dentro.

El chirriar de la puerta que se abre,
deja penetrar un hilo de luz
donde la sombra de la muerte se refleja.
¡La hora de ponerse en camino ha llegado!

Estaba claro que él presentía su fin.
Por aquel camino pedregoso
el miedo le hacía ir cabizbajo y despacio,
sus pasos eran torpes y vacilantes.
Abatido y desolado,
sabía que aquel sería su último paseo
bajo la luna redonda de la noche.

Una escuadra de buitres negros,
miserables sin escrúpulo,
arrogantes y sangrientos,
caminaban tras él con paso firme,
sin vacilar, fusiles al hombro.

El silencio de la noche,
solo era interrumpido
por las pisadas sobre las hojas
calcinadas del camino pedregoso.

Él, que tanto temía a la muerte.
Pasado el barranco, junto a los pozos,
caía fusilado sobre aquella fosa fría.
¡Ay! Aquel grito de tragedia
se esparció por el aire de Granada.

El pelotón de la muerte
había consumado el crimen,
quedando ya para siempre
en la tumba del silencio.

Aquel reloj de la iglesia de Víznar
jamás volvería a sonar igual.

                             Artuoro Fernández   15 de Agosto del 2009

                                    
                                   


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